Por Kurco1989
Mario miraba el estante de la tienda
minuciosamente, así como lo hace un niño observando un juguete nuevo que le han
regalado sus padres. Una muchacha de tal vez unos veinticinco años se acercó a
Mario y le dijo: “Disculpe señor, ¿Le puedo ayudar en algo?”. Mario no le prestó
atención a la muchacha y continuó explorando el estante lleno de
collares y aretes que colgaban en largos percheros.
La muchacha, al ver que fue ignorada,
se fue sin decir nada, suspirando y murmurando sobre lo que odiaba su
trabajo. Mario continuó su búsqueda y encontró al fin un par de aretes cuyos bordes eran dorados y contenían un tipo de gema falsa color púrpura claro en el centro. Lleno de satisfacción, como si hubiese logrado algo importante en su vida,
sonrió, los deslizó apresuradamente a lo largo del perchero donde estaban colocados y se llevó de encuentro otros accesorios de dama que
estaban colgados delante de los aretes. Los recogió, los puso en su lugar, y
fue a pagar en la mesa del fondo con el dinero que le habían dado sus padres
para almorzar ese día en la universidad.
Al salir de la tienda, contó el
dinero que le sobró de la compra y pidió un corndog
que vendían en un pequeño kiosco que se encontraba en la esquina opuesta de
la tienda de accesorios de dama. Se sentó en una banca que quedaba frente al
kiosco, y mientras se alimentaba con mucho esmero, observaba pasar a las
personas que ese día habían ido al centro comercial.
Era un día especial en la vida de
Mario, su novia y él ya estaban cumpliendo su primer aniversario y les había
contado a todos sus amigos de la universidad que se encontraba muy feliz. El
día anterior, su amiga Lorena, le había preguntado: “Oye Mario, pero si ya ha pasado un año y aún no nos has presentado a tu novia en persona y lo único que hemos visto de ella son fotos, ¿Cuándo la
conoceremos?” Mario, la observó detenidamente por un momento y titubeando un
poco su respuesta, le contestó: “Pues el día que sea conveniente, no ves que
ella no es como ninguno de ustedes y la verdad no creo que les agrade mucho.”
Según las fotos que Mario les había
mostrado, su novia, cuyo nombre obvió a sus amigos, según él, para que no la
buscaran en redes sociales como Facebook, Twitter u otros, se miraba una
muchacha muy guapa, demasiado como para creer que estaría con alguien como
Mario. Tenía tal vez unos 19 o 20 años, un busto más bien pequeño, pelo marrón
ondulado, ojos café claro, piel blanca un poco bronceada, labios finos,
mejillas rojizas, y denotaba en todas las fotos que Mario les había mostrado,
una expresión de alegría y carisma.
Mario por otro lado, era un muchacho
de 23 años, regordete, con los dientes frontales levemente torcidos, pelo liso
medio largo que denotaba un poco de suciedad, nariz grande y ojos pesados y marcados con oscuras y amplias ojeras.
Para sus amigos, que Mario estuviera con una chica tan guapa como esa, era algo
inconcebible, pues él era un muchacho más bien, algo particular.
Sus amigos, Manuel, Lorena, Natalia y
Alberto murmuraban a sus espaldas que él mismo se había inventado la relación
que tenía con su novia. Nunca la habían visto, no sabían dónde estudiaba o
trabajaba la chica. Tampoco tenían idea de cómo la había conocido. Siempre que
le preguntaban a Mario, él les decía que había sido en una fiesta a la cual
ellos no habían asistido, sin embargo, todos sabían que Mario no tenía más
amigos que ellos y les extrañaba que él había salido a farrear sin avisarles.
Tal vez conocía a otras personas con las cuales él se había relacionado en
clases, a la hora de hacer trabajos grupales, pero nunca lo habían visto con
alguien más, al menos en la universidad. Por tanto, todo lo que él les contaba
de su novia, era una total mentira para ellos.
Mario no tenía la menor idea que sus
amigos hablaban de esas cosas. A él nunca le interesó realmente ser parte del
chisme o los rumores. Claro, lo que lo unía a él con sus amigos era el simple
hecho, que todos en ese grupo eran, de alguna forma, diferente al resto de
personas que asistían a la universidad.
El grupito se había formado cuando
Natalia tomó un curso de dibujo en la universidad. Ella había sido una
aficionada del dibujo desde que tenía trece años. Sus dibujos eran sobre todo,
de esoterismo, calaveras o cráneos sombríos. Así como el arte de un disco de
una banda de Death o Black Metal. Nunca se llevó bien con sus compañeros del
colegio, por tanto, cuando entró a la universidad, su esperanza era encontrar a
alguien que tal vez compartiera sus gustos por el esoterismo, las calaveras o
el dibujo.
Así fue. Alberto era un tipo un tanto
introvertido, pero en el colegio la pasó mejor que Natalia, ya que sí tuvo un
par de amigos que compartían sus mismos gustos. A pesar de ser un chico flaco y
sin mucha gracia, sus compañeros lo respetaban, ya que su mejor amigo era el
típico chico popular, extrovertido, atlético y con excelentes calificaciones.
Su amistad se dio, porque Alberto dibujaba muy bien desde los diez años y pues
a su amigo le encantaba el arte, pero no era un muy buen dibujante, por tanto,
de vez en cuando se le ocurría alguna idea loca para dibujar, y Alberto siempre
lo complacía. Era como que si a su amigo se le dio el don de la creatividad y a
Alberto la habilidad del dibujo y se complementaban muy bien.
Después de tres semanas en la clase
de dibujo, Alberto y Natalia se conocieron. A Alberto le llamaba la atención
todos los dibujos que Natalia presentaba en las asignaciones que dejaba el
maestro. Un día, Alberto no tenía idea sobre qué hacer para la asignación que
les había dejado el maestro y Natalia lo vio. Tenía una cara de consternación,
que parecía que alguien muy cercano a él se había muerto. Natalia le preguntó:
“¿Qué te sucede?” y Alberto, sorprendido porque alguien se le había acercado a
hablarle, le contestó: “Nada, lo que pasa es que no tengo la más mínima idea de
qué hacer.” Y después de un pequeño silencio, agregó: “Oye, he visto tus
dibujos. Son un poco sombríos, pero vaya que tienes una cabeza muy creativa”.
Fue una amistad a primer contacto, si
se pudiera decir de esa forma. Ese día conversaron tanto que faltaron a sus
demás cursos y se intercambiaron números telefónicos. Natalia, a pesar de no
haber sido tan buena haciendo amigos en el colegio, decidió que en la
universidad eso debía cambiar y por tanto, había hecho amistad con Manuel en
otra clase. Manuel era un muchacho no tan callado e introvertido, le tenía un amor
muy profundo a la literatura; disfrutaba pasar horas en la biblioteca leyendo a
García Márquez, Vargas Llosa, Camus y un poco a Carl Sagan, de quien estaba
profundamente enamorado.
Tanto Manuel, como Natalia y Alberto,
dibujaban muy bien y pasaban tardes enteras, después de las clases, dibujando
de todo un poco. Tenían la dinámica de que Natalia o Manuel daban ideas o
conceptos para dibujar y luego los tres dibujaban la misma idea o concepto,
cada uno con su estilo particular; pero era Alberto quien hacía los dibujos con
mejor detalle y limpieza, aunque depende del gusto de cada quien, ya que los
dibujos de Natalia siempre eran sombríos, aún y cuando la idea principal
denotara algo radiante. Por otro lado, Manuel dibujaba con un estilo un tanto
más caricaturesco que realista, para él la realidad era aburrida y le gustaba
más imaginársela de forma jocosa.
Lorena, por otro lado, no era muy
buena dibujante, pero sabía mucho de música. Le encantaba el jazz, el rock
progresivo y muy de vez en cuando la música electrónica. En el colegio Lorena
fue muy popular; sin embargo, no sentía compañía estando con ninguno de sus
compañeros. Había tenido múltiples novios o simplemente ligues, y por lo tanto,
su reputación entre sus amigas no era muy buena, la etiquetaban como “la
cualquiera” o “la zorra” del colegio. Por eso se llevaba más con chicos, puesto
que estos no la juzgaban de esa forma, o por lo menos, no le sentían envidia.
Desde que Lorena vio a Alberto, se
enamoró y quiso empezar a salir con él, pero Alberto era un chico tan
reservado, que le costaba mucho el simple hecho de hablar con ella. No fue como
cuando conoció a Natalia. Sin embargo, Lorena consiguió llevarse bien con
Alberto, hasta que él la llevó a sus sesiones de dibujo con sus amigos.
Lorena les mostraba su música, como
una forma de poder entrar al grupo. Las sesiones de dibujo comenzaron a
realizarse entonces con Dark Side of The
Moon de Pink Floyd o un concierto
en vivo de Miles Davis de fondo. Tiempo después, Lorena los llevo a su casa,
donde tenía un estéreo enorme conectado a un televisor LCD de 42 pulgadas, el que
usualmente usaba para ver conciertos en vivo o simplemente escuchar cualquier banda de rock alternativo, sinfónico, progresivo, jazz, blues, o lo que sea que el
ambiente planteara. Desde que el grupo de amigos fue a esa casa, las
sesiones de dibujo comenzaron a realizarse ahí, con cerveza, cigarrillos y
bocadillos que compraba en el súper-mercado la mamá de Lorena.
Fue hasta que pasaron siete u ocho
meses de llevarse entre ellos cuando conocieron a Mario. Lo aceptaron en su
grupo casi instantáneamente. No porque era un “geek” como todos ellos, sino más
bien porque era diferente al resto y comprendieron el rechazo que Mario había
sufrido en los demás grupos, sólo por el hecho de ser
diferente. Empero, Mario era un bicho raro, siempre lo encontraban balbuceando
palabras sin sentido o decía cosas incoherentes a mitad de las conversaciones
que el grupo tenía.
Cuando Mario tomó confianza con el
grupo, iba haciendo bromas un tanto pesadas. Se burlaba constantemente de las
chicas o contaba historias que todos deducían no eran más que patrañas.
Anécdotas como que había ido a emborracharse con sus amigos o que se había
ligado a una chica. Ciertamente, era todo falso. Sin embargo, por ratos era
chistoso en su forma de ser y el grupo no tenía nada en contra de sus mentiras;
más bien parecía que a las chicas del grupo les parecía adorable su mitomanía.
El día del aniversario con su novia,
Mario se fue a su casa desde el centro comercial, caminando, ya que no tenía más
dinero para pagar un taxi. Tuvo que caminar aproximadamente unos 3 o 4
kilómetros, subiendo y bajando las pesadas y cansadas calles empinadas de su ciudad natal. Abrió el portón de
la entrada y lo cerró con doble candado, luego con un poco de esfuerzo abrió la
puerta del interior del garaje. Pasó la sala de estar que estaba adyacente a la
puerta de entrada y caminó por un pasillo perpendicular a la sala.
Entró a su cuarto, y ahí estaba, su
novia, esperándolo, sobre su cama, totalmente desnuda y acostada boca arriba
viendo al techo fijamente. Sus pezones rosados y puntiagudos direccionaban al
techo así como sus ojos completamente abiertos y estáticos. Mario tomó una
franela que tenía al lado de la cama, sobre la mesa de noche, limpió la cara de
la muñeca inflable y sacó los aretes que había comprado en la tienda. Tomó un
poco de cinta adhesiva transparente que tenía en el interior de la gaveta de su
mesa de noche y pegó los aretes a la muñeca con mucha fineza, dejándolos colgando
perfectamente. “Ahí está mi amor, lo que te prometí, son perfectos para ti y te
ves hermosa. Te amo.” Dijo, con mucha satisfacción.

