miércoles, 15 de noviembre de 2017

Su novia - Cuento Corto

Por Kurco1989

Mario miraba el estante de la tienda minuciosamente, así como lo hace un niño observando un juguete nuevo que le han regalado sus padres. Una muchacha de tal vez unos veinticinco años se acercó a Mario y le dijo: “Disculpe señor, ¿Le puedo ayudar en algo?”. Mario no le prestó atención a la muchacha y continuó explorando el estante lleno de collares y aretes que colgaban en largos percheros.

La muchacha, al ver que fue ignorada, se fue sin decir nada, suspirando y murmurando sobre lo que odiaba su trabajo. Mario continuó su búsqueda y encontró al fin un par de aretes cuyos bordes eran dorados y contenían un tipo de gema falsa color púrpura claro en el centro. Lleno de satisfacción, como si hubiese logrado algo importante en su vida, sonrió, los deslizó apresuradamente a lo largo del perchero donde estaban colocados y se llevó de encuentro otros accesorios de dama que estaban colgados delante de los aretes. Los recogió, los puso en su lugar, y fue a pagar en la mesa del fondo con el dinero que le habían dado sus padres para almorzar ese día en la universidad.

Al salir de la tienda, contó el dinero que le sobró de la compra y pidió un corndog que vendían en un pequeño kiosco que se encontraba en la esquina opuesta de la tienda de accesorios de dama. Se sentó en una banca que quedaba frente al kiosco, y mientras se alimentaba con mucho esmero, observaba pasar a las personas que ese día habían ido al centro comercial.

Era un día especial en la vida de Mario, su novia y él ya estaban cumpliendo su primer aniversario y les había contado a todos sus amigos de la universidad que se encontraba muy feliz. El día anterior, su amiga Lorena, le había preguntado: “Oye Mario, pero si ya ha pasado un año y aún no nos has presentado a tu novia en persona y lo único que hemos visto de ella son fotos, ¿Cuándo la conoceremos?” Mario, la observó detenidamente por un momento y titubeando un poco su respuesta, le contestó: “Pues el día que sea conveniente, no ves que ella no es como ninguno de ustedes y la verdad no creo que les agrade mucho.”

Según las fotos que Mario les había mostrado, su novia, cuyo nombre obvió a sus amigos, según él, para que no la buscaran en redes sociales como Facebook, Twitter u otros, se miraba una muchacha muy guapa, demasiado como para creer que estaría con alguien como Mario. Tenía tal vez unos 19 o 20 años, un busto más bien pequeño, pelo marrón ondulado, ojos café claro, piel blanca un poco bronceada, labios finos, mejillas rojizas, y denotaba en todas las fotos que Mario les había mostrado, una expresión de alegría y carisma.

Mario por otro lado, era un muchacho de 23 años, regordete, con los dientes frontales levemente torcidos, pelo liso medio largo que denotaba un poco de suciedad, nariz grande y ojos pesados y marcados con oscuras y amplias ojeras. Para sus amigos, que Mario estuviera con una chica tan guapa como esa, era algo inconcebible, pues él era un muchacho más bien, algo particular.

Sus amigos, Manuel, Lorena, Natalia y Alberto murmuraban a sus espaldas que él mismo se había inventado la relación que tenía con su novia. Nunca la habían visto, no sabían dónde estudiaba o trabajaba la chica. Tampoco tenían idea de cómo la había conocido. Siempre que le preguntaban a Mario, él les decía que había sido en una fiesta a la cual ellos no habían asistido, sin embargo, todos sabían que Mario no tenía más amigos que ellos y les extrañaba que él había salido a farrear sin avisarles. Tal vez conocía a otras personas con las cuales él se había relacionado en clases, a la hora de hacer trabajos grupales, pero nunca lo habían visto con alguien más, al menos en la universidad. Por tanto, todo lo que él les contaba de su novia, era una total mentira para ellos.

Mario no tenía la menor idea que sus amigos hablaban de esas cosas. A él nunca le interesó realmente ser parte del chisme o los rumores. Claro, lo que lo unía a él con sus amigos era el simple hecho, que todos en ese grupo eran, de alguna forma, diferente al resto de personas que asistían a la universidad. 

El grupito se había formado cuando Natalia tomó un curso de dibujo en la universidad. Ella había sido una aficionada del dibujo desde que tenía trece años. Sus dibujos eran sobre todo, de esoterismo, calaveras o cráneos sombríos. Así como el arte de un disco de una banda de Death o Black Metal. Nunca se llevó bien con sus compañeros del colegio, por tanto, cuando entró a la universidad, su esperanza era encontrar a alguien que tal vez compartiera sus gustos por el esoterismo, las calaveras o el dibujo.

Así fue. Alberto era un tipo un tanto introvertido, pero en el colegio la pasó mejor que Natalia, ya que sí tuvo un par de amigos que compartían sus mismos gustos. A pesar de ser un chico flaco y sin mucha gracia, sus compañeros lo respetaban, ya que su mejor amigo era el típico chico popular, extrovertido, atlético y con excelentes calificaciones. Su amistad se dio, porque Alberto dibujaba muy bien desde los diez años y pues a su amigo le encantaba el arte, pero no era un muy buen dibujante, por tanto, de vez en cuando se le ocurría alguna idea loca para dibujar, y Alberto siempre lo complacía. Era como que si a su amigo se le dio el don de la creatividad y a Alberto la habilidad del dibujo y se complementaban muy bien.

Después de tres semanas en la clase de dibujo, Alberto y Natalia se conocieron. A Alberto le llamaba la atención todos los dibujos que Natalia presentaba en las asignaciones que dejaba el maestro. Un día, Alberto no tenía idea sobre qué hacer para la asignación que les había dejado el maestro y Natalia lo vio. Tenía una cara de consternación, que parecía que alguien muy cercano a él se había muerto. Natalia le preguntó: “¿Qué te sucede?” y Alberto, sorprendido porque alguien se le había acercado a hablarle, le contestó: “Nada, lo que pasa es que no tengo la más mínima idea de qué hacer.” Y después de un pequeño silencio, agregó: “Oye, he visto tus dibujos. Son un poco sombríos, pero vaya que tienes una cabeza muy creativa”.

Fue una amistad a primer contacto, si se pudiera decir de esa forma. Ese día conversaron tanto que faltaron a sus demás cursos y se intercambiaron números telefónicos. Natalia, a pesar de no haber sido tan buena haciendo amigos en el colegio, decidió que en la universidad eso debía cambiar y por tanto, había hecho amistad con Manuel en otra clase. Manuel era un muchacho no tan callado e introvertido, le tenía un amor muy profundo a la literatura; disfrutaba pasar horas en la biblioteca leyendo a García Márquez, Vargas Llosa, Camus y un poco a Carl Sagan, de quien estaba profundamente enamorado.

Tanto Manuel, como Natalia y Alberto, dibujaban muy bien y pasaban tardes enteras, después de las clases, dibujando de todo un poco. Tenían la dinámica de que Natalia o Manuel daban ideas o conceptos para dibujar y luego los tres dibujaban la misma idea o concepto, cada uno con su estilo particular; pero era Alberto quien hacía los dibujos con mejor detalle y limpieza, aunque depende del gusto de cada quien, ya que los dibujos de Natalia siempre eran sombríos, aún y cuando la idea principal denotara algo radiante. Por otro lado, Manuel dibujaba con un estilo un tanto más caricaturesco que realista, para él la realidad era aburrida y le gustaba más imaginársela de forma jocosa.

Lorena, por otro lado, no era muy buena dibujante, pero sabía mucho de música. Le encantaba el jazz, el rock progresivo y muy de vez en cuando la música electrónica. En el colegio Lorena fue muy popular; sin embargo, no sentía compañía estando con ninguno de sus compañeros. Había tenido múltiples novios o simplemente ligues, y por lo tanto, su reputación entre sus amigas no era muy buena, la etiquetaban como “la cualquiera” o “la zorra” del colegio. Por eso se llevaba más con chicos, puesto que estos no la juzgaban de esa forma, o por lo menos, no le sentían envidia.

Desde que Lorena vio a Alberto, se enamoró y quiso empezar a salir con él, pero Alberto era un chico tan reservado, que le costaba mucho el simple hecho de hablar con ella. No fue como cuando conoció a Natalia. Sin embargo, Lorena consiguió llevarse bien con Alberto, hasta que él la llevó a sus sesiones de dibujo con sus amigos.

Lorena les mostraba su música, como una forma de poder entrar al grupo. Las sesiones de dibujo comenzaron a realizarse entonces con Dark Side of The Moon de Pink Floyd o un concierto en vivo de Miles Davis de fondo.  Tiempo después, Lorena los llevo a su casa, donde tenía un estéreo enorme conectado a un televisor LCD de 42 pulgadas, el que usualmente usaba para ver conciertos en vivo o simplemente escuchar cualquier banda de rock alternativo, sinfónico, progresivo, jazz, blues, o lo que sea que el ambiente planteara. Desde que el grupo de amigos fue a esa casa, las sesiones de dibujo comenzaron a realizarse ahí, con cerveza, cigarrillos y bocadillos que compraba en el súper-mercado la mamá de Lorena.

Fue hasta que pasaron siete u ocho meses de llevarse entre ellos cuando conocieron a Mario. Lo aceptaron en su grupo casi instantáneamente. No porque era un “geek” como todos ellos, sino más bien porque era diferente al resto y comprendieron el rechazo que Mario había sufrido en los demás grupos, sólo por el hecho de ser diferente. Empero, Mario era un bicho raro, siempre lo encontraban balbuceando palabras sin sentido o decía cosas incoherentes a mitad de las conversaciones que el grupo tenía.

Cuando Mario tomó confianza con el grupo, iba haciendo bromas un tanto pesadas. Se burlaba constantemente de las chicas o contaba historias que todos deducían no eran más que patrañas. Anécdotas como que había ido a emborracharse con sus amigos o que se había ligado a una chica. Ciertamente, era todo falso. Sin embargo, por ratos era chistoso en su forma de ser y el grupo no tenía nada en contra de sus mentiras; más bien parecía que a las chicas del grupo les parecía adorable su mitomanía.

El día del aniversario con su novia, Mario se fue a su casa desde el centro comercial, caminando, ya que no tenía más dinero para pagar un taxi. Tuvo que caminar aproximadamente unos 3 o 4 kilómetros, subiendo y bajando las pesadas y cansadas calles empinadas de su ciudad natal. Abrió el portón de la entrada y lo cerró con doble candado, luego con un poco de esfuerzo abrió la puerta del interior del garaje. Pasó la sala de estar que estaba adyacente a la puerta de entrada y caminó por un pasillo perpendicular a la sala.

Entró a su cuarto, y ahí estaba, su novia, esperándolo, sobre su cama, totalmente desnuda y acostada boca arriba viendo al techo fijamente. Sus pezones rosados y puntiagudos direccionaban al techo así como sus ojos completamente abiertos y estáticos. Mario tomó una franela que tenía al lado de la cama, sobre la mesa de noche, limpió la cara de la muñeca inflable y sacó los aretes que había comprado en la tienda. Tomó un poco de cinta adhesiva transparente que tenía en el interior de la gaveta de su mesa de noche y pegó los aretes a la muñeca con mucha fineza, dejándolos colgando perfectamente. “Ahí está mi amor, lo que te prometí, son perfectos para ti y te ves hermosa. Te amo.” Dijo, con mucha satisfacción.


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